Casa de la Pasta

Cómo descubrí mi pasión I

Hace unos días me encontré con una antigua compañera de colegio que me comentaba que pensaba que aún no había encontrado su pasión. Esto me hizo pensar. ¿Tenemos que dedicarnos todos a algo que nos apasione? ¿Tiene que ser el trabajo siempre algo que nos realice?

Viendo a mis padres, he crecido pensando que sí y tanto mi hermana como yo nos dedicamos a algo que nos llena muchísimo, pero ¿es así para todos? ¿Lo acaban encontrando todas las personas tarde o temprano? ¿Cómo y en qué momento sucede?

Llego al chiringuito en el que he quedado con mi padre, suelto mi bicicleta y le doy un beso.

Papá, ¿tú cómo descubriste tu pasión?

 

EL NIÑO QUE NO DESEABA COMER CHICLES, SINO VENDERLOS

Era muy pequeño cuando veía como mi madre compraba las cajas de chicle Bazoka a mis hermanos para que los vendieran… Siempre acababa llorando porque a mí aún no me dejaba salir a vender.

Pero un buen día, se acercó con una de esas coloridas cajas y me dijo: “Luis, ten cuidado y vuelve cuando los hayas vendido todos.”

 

 Cómo descubrí mi pasión

 

De lo que recaudábamos, mi madre nos dejaba quedarnos con pequeña parte, el resto era para la casa.

Yo parecía un niño con zapatos nuevos.

¿Lograría venderlos todos? 

Recuerdo que era Semana Santa. En aquellos años los tronos no salían de cofradías, sino de una especie de chambaos. Lo vi claro: vendería mis chicles a los hombres del trono.

Me armé de valor y me metí debajo del manto de la Virgen gritando feliz que vendía chicles.

Grandes manos se acercaban a mi caja de chicles intercambiándomelos por monedas. Sentía miedo e ilusión a la vez.

Al salir de nuevo a la luz y respirar aire fresco me sentía afortunado: había vendido casi todos los chicles…

Pero al hacer el recuento me faltaba más de la mitad del dinero y casi me había quedado sin chicles.

 

Cómo descubrí mi pasión

Cuadros en La Casa de la Pasta. Mi abuela y la Plaza de Santa María en los años 60

 

¿Qué iba a hacer ahora?

Por fin me habían dejado salir a vender chicles. No podía volver a casa habiendo fracasado.

Mi madre se pasaba el día vendiendo lotería para poder darnos algo de comer y solo de imaginarme volviendo a casa sin dinero ni chicles se me revolvía el vacío estómago.

Pensé en volver bajo el manto de la Virgen, pero sabía que eso sería un suicidio, así que tras llevarme el mal rato, me armé de valor, busqué pequeñas piedras y empecé a hacer cuentas en el suelo.

Con el dinero que tenía podía comprar otra caja, venderla, volver a reinvertir el dinero en otra más y traerle todo el dinero a mi madre.

El mío ya lo daba por perdido, pero de esta forma mi madre nunca se enteraría de que mi primer día como vendedor había sido un fracaso.

La adrenalina llenaba todo mi cuerpo… ¿Lo conseguiría?

Tras muchas horas logré vender la caja de chicles y, orgulloso de mí mismo, contento y bastante cansado, volví a casa y le entregué el dinero a mi madre.

A partir de ahora ya me dejaría vender chicles.

Esto solo fue el principio.

A partir de entonces llegaron los globos, la limpieza de coches a la entrada del cine y la venta de agua a los hombres que veían las corridas de toros desde el castillo.

Pero eso ya te lo contaré en otra ocasión.